Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan Hoy mi alumno de prácticas del Master de Psicología Pablo Díez ha preparado este artículo sobre un dolor tan especial. El duelo es el proceso para integrar  una ausencia, una pérdida de algo que valoramos o alguien a quien queremos. Las causas que lo pueden originar son diversas. Todas ellas son una pérdida, y esta puede producirse por acontecimientos como el fallecimiento de una persona o de una mascota, el final de una relación de pareja o de amistad, por un despido laboral, por empezar a vivir en un  lugar nuevo dejando atrás el entorno que conocemos (como el duelo migratorio),  por unas expectativas que nos ilusionaban y que ya no se cumplirán o por cualquier otro final o alejamiento de algo o de alguien que nos importa.

En un proceso de duelo atravesamos 5 fases: la negación, la ira, la negociación, la tristeza y finalmente la aceptación. Estas fases no tienen que  seguir un orden específico, y es común pasar de unas a otras durante el proceso.

En primer lugar solemos ser reacios a asumir la pérdida, esta fase es la de negación para protegernos de un sufrimiento. Cuanto mayor sea la pérdida  más nos costará asumirla. También nos costará más si las circunstancias son poco claras o confusas (no llegamos a confirmar personalmente la pérdida). Cada persona reacciona de una manera y es importante comprender que al conocer en un primer momento una mala noticia tenemos derecho a encajarla como necesitemos o nos salga hacerlo.

En cuanto a la fase de ira, es una reacción común al sentirnos dañados o atacados por la impotencia, la incertidumbre, la tensión y la sensación de injusticia que podemos sentir.  La ira y tristeza están relacionadas. La ira nos ayuda a defendernos y la tristeza a cuidarnos y a resignarnos, a asumir y a tomar una pausa antes de proseguir. Es legítimo sentir esa ira, esa impotencia, pero lo que hagamos con ella sí depende de nosotros, ya que puede ser una reacción que nos cause más problemas que soluciones.

Sobre la negociación podemos catalogarla como un intento de recuperar o de paliar la pérdida. Esto lo podemos hacer fantaseando e imaginando alterativas: podemos pensar en cómo resucitar a la persona, en cómo podríamos haber actuado en el pasado para reparar el daño, para evitarlo o cualquier otra alternativa, realista o no, que nos relacione con la pérdida de una forma más liviana.  Podemos experimentar culpa si creemos haber podido evitar algo que sucedió. Además  experimentar el sufrimiento de la culpa puede parecer menos duro que experimentar el sufrimiento de la pérdida en sí. Sería una forma de autocastigarnos para tomar cierto control sobre la situación, aunque con dudosos resultados. Atacándonos, difícilmente lograremos algo positivo en un momento duro para nosotros, ante una situación que demanda mucha de nuestra energía y bienestar.

En cuanto a la tristeza, es una “alarma emocional” que nos avisa de la necesidad de cuidarnos, de buscar apoyo, de descansar, de la necesidad de recuperarnos. Es natural que nos sintamos tristes si algo o alguien que nos importa está afectado, si algo que ha sido placentero y ha significado cariño,  paz,  placer  o diversión, se acaba. No podemos pretender vivir siempre felices, sería agotador y bastante desajustado.

Finalmente, tras pasar por varias fases y evolucionar en este proceso, tras reconocer que sentimos, resolver cuestiones que surgen de esta situación tanto externas (tener un nuevo día a día, cambiar lo que teníamos en mente para el futuro, etc.) y también internas (lidiar con la ausencia, atender nuestros sentimientos y necesidades, asumir una pérdida en resumen) llegará la aceptación que es seguir viviendo a pesar de la pérdida, reorientarnos, agradeciendo lo vivido mientras abrazamos el futuro y asumimos nuestro presente. Es un proceso largo y que requiere tiempo y esfuerzo. Conforme avanza requiere que pasemos a la acción y que demos pasos pasando de estar mal o muy mal hasta llegar poco a poco a estar bien de nuevo.

Algunas características del duelo son un estado de ánimo triste, sentimiento de vacío o pérdida, insomnio, pérdida de deseo sexual, pérdida de peso, falta de apetito o agotamiento. 

En cuanto a la duración del proceso depende en gran medida de la magnitud de la pérdida que percibimos, también del apoyo que podamos tener, de los recursos que tengamos (tanto personales como del entorno), de nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos, la cultura, de nuestras creencias y valores, de nuestra edad, así como experiencias vitales, y multitud de otros factores con mayor o menor influencia.

En ocasiones puede volverse demasiado largo y puede llegar a cronificarse. Es lo que llamamos un duelo patológico en el que las consecuencias permanecen más de un año siendo estas “desproporcionadas” o muy intensas, pudiendo llegar a experimentarse manifestaciones somáticas (dolores, problemas digestivos… etc.)

Otro posible tipo de duelo es el anticipado, comenzando este al percibir que en un tiempo se producirá una pérdida. Se puede dar un duelo ausente, que consistiría en una negación prolongada, la no integración de la pérdida, el actuar como si no hubiera sucedido. Podemos encontrarnos un duelo desautorizado, que consiste en no permitirnos (nosotros mismos o nuestro entorno) elaborar el duelo. Se distingue el duelo retrasado, en el momento de la pérdida, porque no podamos o no nos permitamos asumir la pérdida (porque otras personas dependan de nosotros) y se dé una reacción emocional insuficiente al principio, aguardando dentro de nosotros hasta que pueda manifestarse. 

También conviene distinguir el duelo del diagnóstico de depresión. En el primero existen sensaciones similares, pero el sentimiento que lo define es el de una pérdida o vacío, no la tristeza en sí. Además se puede acompañar con momentos de alegría o de humor. No existe una tristeza permanente; también se conserva la autoestima. En un episodio depresivo se hace referencia a la tristeza en sí, a la desesperanza, y no se mantiene una capacidad de disfrutar o de estar alegre en algunos momentos; además de un sentimiento de inutilidad o de desprecio a uno mismo.

El duelo es un proceso necesario y que nos sirve para aceptar una pérdida, es un ajuste que tiene efectos a nivel físico y mental. Al ser un proceso natural, no es recomendable evitarlo o tratar de estar bien a cualquier precio e inmediatamente. El mismo proceso del duelo nos conducirá a volver a estar bien a pesar de la pérdida que hemos sufrido.

Como siempre, un abrazo de 20 segundos para cada lector/a.


 Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA

Pablo Díez 
Psicólogo en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Imágenes: Pexels

 

 

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