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San Mitoslín

 

Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan.  En esta ocasión Paula Menéndez propone un tema del que se ha hablado muchas veces pero que una y otra vez en estas fechas hay que recordar. Y ese tema es el amor. Lo ha titulado San Mitosín para hablar de los mitos en San Valentín; esos que nos cuesta entender o superar por ser tantas veces repetidos.

Se acerca San Valentín, esa fecha tan esperada por tantas personas… ¡es el día de los enamorados! Regalar flores y chocolate, pasear con tu pareja de la mano, cenar en el mejor restaurante… Vaya, todas las tradiciones que este día conlleva. Aunque, ¿sabéis que todas estas costumbres vienen de un mismo constructo social? Es ni más ni menos que el famoso “amor romántico” tan en boca de todo el mundo. Hoy os hablaré de una parte de que tal vez no es tan bonita pero sí más cierta: sus mitos.

Los mitos del amor romántico han sido definidos como un conjunto de creencias erróneas que son socialmente compartidas y aceptadas como la supuesta “auténtica” naturaleza del amor. Son formulados como verdades absolutas y poco flexibles que dirigen los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas en cuanto al amor. Básicamente, sirven de modelo a la hora de relacionarnos. Como ya imaginaréis esto no es nada nuevo, pues estos mitos se definen en occidente en el siglo XIX y lo hacen con la intención de quedarse y por supuesto de rechazar cualquier otro modelo que no se le parezca. Por lo tanto, sus andaduras ya llevan tiempo en nuestra cultura, y les ha dado tiempo de sobra para convertirla en norma.

Pero quizás te estarás preguntando, ¿cuáles son esos mitos? Bueno, no son pocos. Aquí te dejo algunos que seguro que te suenan. Por ejemplo, está el mito de la pasión eterna, que nos dice que esas mariposas en el estómago, esa euforia embriagadora (que no es más que un chute de hormonas) debe mantenerse de principio a fin. No hace falta que sigamos fingiendo que estamos en una película. Te voy a contar un secreto… las relaciones cambian, todas; al igual que nosotras/os mismas/os. No somos seres estáticos y las relaciones no van a ser menos.

Otro que tal vez no lo tengamos tan presente pero sí muy interiorizado es el mito del emparejamiento o de la pareja, que dicta de que has de tener pareja o si no nunca serás completamente feliz. Suena descabellado, ¿verdad? Pues agárrate porque además este mito nos dice que si nuestra relación no es heterosexual y monógama nos podemos ir a tomar viento fresco. Este mito está fuertemente unido a otro que, seguro que te suena y que ampliaremos en el próximo blog, el “mito de la media naranja”; el cual decreta que nos emparejamos con la persona que escogemos porque “estamos predestinadas/os”. No sé vosotras/os, pero a mí eso de que las estrellas decidan por mí no me parece que tenga una base racional.

Resumiendo: ¿puedes imaginar todos los quebraderos de cabeza y peligros que entraña el tener todas estas ideas en la cabeza? Martirizarnos porque la persona a la que queremos no es la adecuada a ojos de los demás, que mantengamos nuestra relación eternamente a pesar de que ya no seamos felices en ella, o en un caso más extremo (que no quiere decir poco común) conductas que no deberíamos soportar porque  “el amor lo puede todo” (que sería el “mito de la omnipotencia”, por cierto).

Si te has sentido identificado/a con uno o varios de estos mitos, te animo a cambiar tus expectativas de cara a este día y también de cara tus relaciones. Así que no, el día de San Valentín no es obligatorio pasarlo enamorado/a, con pareja, con cena romántica, con regalos, o como establecen los usos y costumbres típicos. Puedes pasar el día como tú elijas, con las personas que tú quieras y haciendo lo que tú decidas… Celebrando el amor en general, entre todo tipo de personas. Celebrando esa emoción que ayuda a los humanos a evolucionar, a ser HUMANOS con mayúsculas. Recuerda que no eres menos por tener X o Y, o por hacer Z; eres valiosa/o por el simple hecho de ser quien eres.

Como siempre, un abrazo de 20 segundos para cada lector/a

 

Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA

Paula Menéndez Pascual
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

 

 

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FOMO ¿te lo vas a perder?

 

Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan.  Hoy os presento un artículo que ha escrito una alumna mía, Dalia Garrido, y que creemos que puede interesaros. Ahora le ponemos nombre a todo. En esta ocasione nos referimos a lo que se ha dado en llamar FOMO. Es un término acuñado en 2004 por Patrick J. McGinnis  que corresponde a las siglas de Fear Of Missing Out, en castellano: miedo de perderse. Se refiere a la ansiedad que generan las situaciones en las que sientes que vas a perder la oportunidad de algo.  ¿Te lo vas a perder? ~ Sólo hasta fin de mes ~ «edición limitada»

Seguro que no sólo las has oído con frecuencia sino que además puedes añadir unas cuántas más a la colección sobre todo ahora que salimos de un Black Friday y ya estamos inmersos en la época de  la Navidad. Y es que muchas marcas han encontrado un filón de marketing en el FOMO, aprovechando ese miedo que nos genera y “obligándonos” a comprar antes de poder pararnos a reflexionar sobre si de verdad queremos o vamos a darle utilidad a ese artículo rebajado, rebajado al 40% sólo hasta el fin de semana. Lo que en apariencia son oportunidades únicas de las que te arrepentirás toda la vida si dejas escapar, en realidad no son otra cosa que estresores: estímulos que aumentan nuestros niveles de malestar al generar una sensación de urgencia innecesaria por unos artículos y ofertas que probablemente nunca hayas querido, ni mucho menos necesitado.

Probablemente ahora, cuando ya han pasado unos días tras el Black Friday, puedas ver lo estresante que ha sido esa semana, tanto por el bombardeo constante de publicidad como por la ansiedad de tener que elegir la mejor compra, el mejor artículo, lo que realmente necesitas, con la fecha límite que marca el calendario — Porque, ¿cómo vas a perderte la oportunidad de adquirirlo más barato, incluso si eso significa vivir completamente angustiado las semanas previas a la compra? —. Probablemente ahora, que ya no hay ninguna oferta irrepetible, te des cuenta de que tienes más calma, menos prisa, menos ansiedad y, en general, mayor bienestar. Aunque es inevitable encontrarnos con estas ofertas inmediatas en el día a día, es posible reducir el impacto psicológico que generan, comprometiéndonos a adquirir sólo los productos que sí queremos. Los que ya teníamos en la lista de la compra antes de conocer si estaban rebajados o no, o si venían con un regalo de edición limitada incorporado. Parece natural pensar que sólo podemos ser víctimas de estas estrategias cuando compramos de forma activa, pero en realidad están mucho más intrincadas en nuestra cultura de lo que puede parecer en un primer momento. No son sólo los anuncios de TV, los carteles en la calle o los pop-ups inevitables que surgen al navegar por la web, sino que las estrategias basadas en el FOMO se han adueñado de muchos otros aspectos de nuestra cultura.

Las industrias del ocio se han hecho un eco especialmente atronador del uso de este miedo para mantenernos enganchados. Cada vez hay más videojuegos que incorporan estas herramientas en su jugabilidad. Eventos de «Consigue tantos puntos antes de final de mes y desbloquearás esta skin exclusiva» o «Sólo tienes este fin de semana para completar esta aventura o desaparecerá para siempre». Lo que comenzó como una forma de evadirse y relajarse pronto se ha convertido en un elemento que genera estrés continuo, y que demanda atención cada pocas horas, incluso minutos, si no quieres perder parte de la experiencia que el juego te está ofreciendo.

A veces es importante pararnos, detener todo ese ruido, y pensar ¿de verdad merece la pena esa ansiedad y ese estrés? ¿Hasta cuándo? Para ayudaros a parar 20 segundos  antes de reflexionar un buen rato… ahí va mi abrazo de despedida para cada lector.

 

Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA

Dalia Garrido Regalado
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Imágenes: Created by Freepik ~  Freepik

 

 

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¿Ataque de pánico o crisis de ansiedad?

 

Hoy vamos a hablar de la diferencia entre ataque de pánico y crisis de ansiedad. En ocasiones se pueden confundir y tomarse como sinónimos. Y además suelen usarse de forma ambigua.

A pesar de encontrarse ambas definiciones dentro de los trastornos de ansiedad, el término de “crisis de ansiedad”, incluso “ataque de ansiedad”, no queda recogido en ninguno de los manuales de psicología. Se trata más de una expresión coloquial para describir un aumento rápido, aunque gradualmente, de la ansiedad, llegando a una intensidad alta. Suele ser causada por un motivo concreto, pudiendo mantenerse durante un periodo largo de tiempo mientras dure el estímulo. También puede producirse debido a la ansiedad anticipatoria previa a enfrentarnos a la situación que nos angustia. Por ejemplo, cuando estamos muy nerviosos las horas previas a un examen que no hemos estudiado suficiente.

Por otro lado, sí podemos encontrar el término “ataque de pánico” en los manuales de Psicología. Se describe como una aparición repentina de miedo intenso, que no siempre tiene una causa concreta y que alcanza su punto máximo en minutos. Resulta una experiencia breve, pero muy desagradable, donde podemos llegar a sentir una lista de hasta trece síntomas, siendo los más comunes: palpitaciones, sudor frío, temblores, hormigueos, dificultad para respirar, náuseas, desrealización o miedo a morir. Como consecuencia de esta experiencia, se puede desarrollar “miedo al miedo”, es decir miedo a tener otra crisis, y en consecuencia tener una sobre atención continua sobre el cuerpo.

Como vemos, ambos eventos guardan muchas similitudes. Comparten su origen en la ansiedad, pero podemos diferenciarlos en su duración e intensidad. La crisis de ansiedad tiene una duración de hasta 1h de ansiedad sostenida, mientras que el ataque de pánico puede durar entre 5 y 20 minutos, llegando a su pico más alto en los primeros 10 minutos, disminuyendo luego gradualmente.

Es importante recordar, que a pesar de que ambas experiencias son muy incómodas, no son peligrosas, aunque pueden ser difíciles de manejar solos. Por eso es recomendable, que si te sientes identificado con alguna de estas descripciones, busques ayuda lo antes posible para evitar su empeoramiento y disminuir su frecuencia. Esto se hace a través de Terapia cognitivo-conductual con técnicas de educación sobre la ansiedad. De esta forma, podremos entender qué nos está pasando y manejarlo poco a poco mediante la exposición gradual en vivo. Así, hacemos justo lo contrario de lo que solemos hacer, qué es evitar las situaciones que nos producen ansiedad, añadiendo cada vez más lugares y situaciones a esa lista.

Esperamos que hayas encontrado útiles estas palabras, y que puedan ser beneficiosas para ti o para alguien cercano. La única forma de afrontar el miedo es atravesándolo. Ya sabes dónde estamos si nos necesitas. Un abrazo de 20 segundos.


Marina Ramos Nogueira
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Imágenes: Created by wayhomestudio, katemangostar and starline ~  Freepik

 

 

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